Angélica Rivera, esposa de Enrique Peña Nieto.
Foto: Eduardo Miranda |
En el proyecto presidencial de Enrique Peña Nieto,
su relación con la estrella de Televisa Angélica Rivera fue clave para
fabricarle una historia de telenovela. Sin embargo, cuando el priista llegó a la
Presidencia, su esposa fue desplazada para que no robara cámaras ni se repitiera
el incómodo protagonismo de Marta Sahagún… Los escritores Guadalupe Loaeza y
Alejandro Sánchez esbozan, en sendas entrevistas, sus retratos de una mujer que
fue usada para darle brillo al presidente, luego relegada de las funciones
oficiales y que, al concluir el sexenio, a decir de Loaeza, será “la ex en todos
los sentidos”.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Por el gusto de aparecer en revistas del corazón,
Angélica Rivera Hurtado colocó en el escaparate público la propiedad que
estrenaba al iniciar el sexenio de su marido, Enrique Peña Nieto. Con ello
rompió el histórico cerco de protección del que gozaban las “primeras damas”,
pues se exhibió como parte de la opaca relación entre el Grupo Higa y Los
Pinos.
Activo de campaña, su noviazgo con el candidato del PRI encontró cobertura en
medios de espectáculos y revistas del corazón. Contribuyó a la sobreexposición
mediática que caracterizó a Peña Nieto. Pero pronto pasó de ser el centro de las
miradas, sensación de las giras proselitistas y objeto de deseo para las
revistas frívolas, a la inexperta que propició el escándalo de la “Casa Blanca
de Las Lomas” y motivo de escarnio público.
La compra de un vestido de lujo en medio de la indignación multitudinaria por
la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y al menos un viaje a Italia
sin su marido, arrecian el escrutinio. Se difunden como notas de gran interés
los videos de sus desplantes hacia Peña Nieto, grabados en actividades
protocolares.
La escritora Guadalupe Loaeza ha seguido con atención las vicisitudes de las
esposas de los presidentes desde que Marta Sahagún mostró sus ilusiones de
suceder a Vicente Fox en la presidencia. Desde noviembre, cuando la imagen de
Rivera quedó tan vulnerable, la enfocó también, pero como a una víctima. Y
ofrece un dato: Rivera está escribiendo un libro.
Escritora de éxito, le da una pista: “Yo le recomendaría que cuente, que diga
todo lo que le han hecho los feos”.
Formada en la élite capitalina, cuyas vivencias y valores reflejó primero en
su libro Las niñas bien y luego en Las abuelas bien, Loaeza
observa sus limitaciones con tono condescendiente:
“Pobrecita. Es una mujer enojada, resentida, que reacciona como toda mujer
enojada: con las herramientas que tiene a su alcance. Porque quedó como la dueña
de la Casa Blanca y así va a pasar a la historia, al grado de que ni siquiera va
a poder salir a la calle.
“Ella tenía una trayectoria con muchos esfuerzos: ya había tenido un divorcio
y la había pasado mal, con la responsabilidad de las tres hijas, con ganas de
salir adelante. Trabajadora, luchona, conquistó la fidelidad del país que seguía
sus telenovelas y, de pronto, toda su imagen se vino abajo”.
(Fragmento del reportaje que se publica en la revista
Proceso 2026, ya en circulación)
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