*** Más allá de haber sido un creador de programas cómicos, Roberto Gómez
Bolaños fue un hombre que entendió la lucha de clases. No hay mayor
ejemplo que "El Chavo del 8".
Por Mauricio Mejía
Roberto Gómez Bolaños,
Chespirito,
'Él Chavo del 8' apareció por primera vez en 1971. (AP)
La identidad Latinoamericana, que sabe del Materialismo Histórico por
oídas, encontró su objetivo histórico en la torta de jamón, símbolo
utópico de la abolición de la lucha de clases. Roberto Gómez Bolaños,
como antes Ismael Rodríguez en la saga de Nosotros los Pobres (Ustedes
los ricos y Pepe el Toro), entendió claramente la batalla social que
producían el progreso y el urbanismo: la Vecindad del Chavo del Ocho
era, antes que un escenario cómico, un debate de conciencia de clases.
El señor Barriga, de próspero estómago y sobrada salud (como la de
Noño, su hijo) dirimía el patio con el noble niño de grandes
sentimientos, el Chavo, ajeno a cualquier tipo de corrupción moral. Un
“sin casa” portador de la ética y las más altas lecciones cristianas;
“óyelo, que está buscando amigos”, cantó en una noche llena de hambre.
TODOS HUÉRFANOS, EL
GUIÓN DE LA GUERRA FRÍA
Ése fue el gran éxito de la serie que dominó el imaginario de las
grandes masas latinoamericanas por más de cuatro décadas. En ese
sentido, nadie debe discutir la brillantez y atinada observación de
Gómez Bolaños, acaso el más grande entendedor del perfil de sus
televidentes en los años 70, de Guerra Fría y guerrillas.
En
medio se escondían personajes que, también, representaban la orfandad de
los gobiernos imperantes en la región. La imagen del profesor Jirafales
es contundente. Alto, de traje, fumador de puro (tic de buen
comportamiento y ascendencia social), era además el galán que enamoraba a
la viuda del marinero de la Guerra. El Maistro Longaniza dejaba ver sin
celofanes el rol que la educación manifestaba en un ecosistema social
huérfano de libros y letras: los profesores, desde las campañas de
Vasconcelos, gozaron de gran respeto y autoridad en muchas comunidades
de América Latina. El proceso de alfabetización les otorgó una posición
altiva, bien reflejada en el programa que se transmitía originalmente a
las ocho de la noche de los lunes.
La Chilindrina, doña Florinda y
La Bruja del 71 son seres solos: huérfana, viuda y soltera. No hay
pues, en la Vecindad del Chavo, familias funcionales y ordinarias. Como
lo dijo bien Tolstoi, las familias distintas son las apetecibles para
los espectadores, por muy comunes que sean sus vidas. Gómez Bolaños
atrapó a ambos bandos, los extraordinarios y los convencionales con
cierta maestría. La televisión es una gran mentira que juega a ser
verdad. Por lo tanto, la verdad estaba reflejada mentirosamente en cada
capítulo de El Chavo.
EL ESTATUS DE LA BARRIGA
Dos
personajes sobresalen en la anagnórisis del espectáculo. Más por la
forma en la que fueron actuados que en los personajes mismos. Don Ramón y
Quico dieron frescura a fabulosa trama. Uno, desempleado, pícaro,
ejemplo mismo del nuevo proletariado sobrevive a los días con unos
cuantos pesos, tan pocos que le impiden pagar la renta (la tasa
impositiva más básica para los desprotegidos de la Escuela de Chicago y
la oferta y la demanda). Ron Damón, tan bien actuado, se gana la
comprensión y la ternura de los muchísimos fanáticos del show.
El Señor Barriga es el capitalista abundante que enseña su
preponderancia con un portafolios y unos lentes; tiene, pues, pendientes
y manera de “componer” sus defectos físicos. El otro, el obrero mano de
obra barata, es de una delgadez asombrosa. Sus ropas son las más
elementales, mezclilla, camiseta y tenis. Por si fuera poco, es hincha
(como dicen en el Sur) del futbol, le va al Necaxa, equipo de
electricistas. Pero, y ese es un gran gesto del director, ambos tienen
buen corazón. En el Señor Barriga, la generosidad se convierte en un
desplante de Ogro Filántrópico, del que habló Octavio Paz. Es el Consejo
Coordinador Empresarial, El PRI, que ahorcaba pero no mataba. En Don
Ramón, la debilidad demuestra (como en Nosotros los Pobres) que entre la
miseria se encuentran los grandes sentimientos humanos. Las virtudes
teologales, fe, esperanza y, sobre todo, caridad, se manifiestan con
mayor énfasis en los que nada tienen. Esa fue la lectura religiosa y
sociológica durante muchos años. Esa actitud franciscana matiza el
debate de clases del reparto.
QUICO, ESE HIJO DE LA MACHA
Quico, es, antes que todo, el actor incómodo para el creador de los
personajes. Su enorme forma de interpretar no combate, abate a El Chavo.
En la ejecución, el marinerito echa a perder las enormes dotes de clown
de Gómez Bolaños. Lo apabulla rotundamente, tanto que no hay quien
supla a Villagrán cuando éste sale por la puerta de atrás, el traspatio.
La serie se viene abajo con esa abrupta salida producida por líos
sentimentales.
Pero Quico es, también, el niño burgués clásico y
de una simple fotografía sociológica: torpe, consentido, con una remesa
que le permite tener todos los juguetes (el juguete entendido como
símbolo de acumulación de capital). Al mismo tiempo es huérfano. Una
forma sutil de presentar a un país sin padre, como la sociedad mexicana
misma. Martín, hijo de la Malinche. Una madre que quiere, anhela que su
hijo crezca con una figura paterna de sólidos principios morales, un
profesor que sabe utilizar perfectamente las palabras y los acentos.
Quico es los millones de huérfanos que dejaron las dictaduras
latinoamericanas. “Un cafecito más y tengo papi nuevo”, repite en las
mil repeticiones de escenarios del programa. La repetición, no sobra
decirlo, es lo que queda, una forma barroca de imponer una costumbre en
el televidente. “Cállate, cállate, cállate que me desesperas”, grita
millones de veces el niño rico, el snob. Muchos años después, el
¡Cállate Chachalaca! (exclamado con el mismo ahínco) costaría una
presidencia a Andrés Manuel López Obrador.
Hijo de su tiempo,
brillante y devoto de los regímenes de derechas y autoritarios, Roberto
Gómez Bolaños fue un narrador genuino de un tiempo turbulento de América
Latina que encontró también en la Teoría de la Liberación una respuesta
a las preguntas esenciales de la política del Estado de Bienestar: ¿Por
qué el progreso económico produce tan pocos muy ricos y tantos muchos
muy pobres?
Se le deben reprochar muchas cosas, muchas, sobre
todo su servidumbre al poder. Pero no debe discutirse que se convirtió
en un referente altísimo de una época de desigualdades.
Ha muerto un hombre creativo, y con él se han ido sus defectos y virtudes.
(Tomado del Facebook de José Luis Ortega Vidal).